lunes, 16 de junio de 2008

Sobre el socialismo español... con mis disculpas para los verdaderos socialistas

Esta mañana, mientras tomaba un café, no pude evitar oir la conversación de dos personas que tenía al lado, por cuyo acento fácil se adivinaban gente de mi pueblo. Esto, palabra más, palabra menos, decía una de ellas:

"Yo soy socialista desde niño. No es que tuviera influencias políticas por parte de mi familia. En mi familia no se ocupaban de otra cosa que no fuera el trabajo; pero yo, como por instinto natural, desde niño me erigía en defensor de los más débiles, siempre intentaba ayudar a los pobres y gritaba contra las injusticias que se cometían en el barrio..."

¡Vaya!, pensaba yo. Qué concepto de socialismo más raro, este que sienta sus bases sobre la desigualdad social, sobre la desigualdad económica y sobre la existencia de un sistema de clases -o categorías- donde un fuerte atropella a un débil que necesita ser defendido y de cuya defensa ha de encargarse alguien que pertenezca al sector de los fuertes.

Como resultado de esto que oí, al fin pude comprender ese "algo" que tanto me viene molestando desde siempre, sin haber podido saber qué era, en el "socialismo" español. Si tomo como serias las palabra de este socialista español, miembro activo del Partido Socialista Obrero, que en más de una ocasión ha formado parte de la delegación del PSOE en las convenciones de la internacional socialista, concluyo que ¡Jamás ha existido tal cosa que pueda llamarse "socialismo" en España! Ha existido, eso sí, un estado capitalista al cien por ciento, en ocasiones gobernado por un partido que se hace llamar "socialista"; de ahí al estado socialista, hay tanta distancia como de una máquina de escribir a un estetoscopio, aunque quien esté al teclado sea un médico.

domingo, 1 de junio de 2008

Dia de playa

Todo se hace según un rito; como siguiendo un libreto, una especie de programa, un show televisivo, visto en algún lugar e imitado al pie de la letra. Llegan a la playa y extienden las toallas sobre la arena -para reservar el espacio-. Acto seguido, el protector solar o el aceite "bronceador" (lo que cada uno lleve -con mi escaso conocimiento en tales asuntos podría resultar que ambos son una misma cosa-), y al agua, a dar saltos en la orilla. Todo en perfecto orden y con movimientos casi mecánicos, cual maquinaria en linea de producción. Cada quien que llega, hace lo propio, en el mismo perfecto orden como si previamente se hubiesen puesto de acuerdo e, incluso, lo hubieran ensayado. Otro acto más en una coreografía interminable.
Yo no soy animal de playa. Prefiero más bien el aire fresco, tirando a frío, de un monte sobrepoblado de pinos. Estoy aquí, no más, por hacer compañía; porque, para cuatro días que pasamos juntos, tampoco es lógico que a la hora de pasear yo me quede encerrado en la casa; y, menos lógico es, aún, que por mi negativa a salir, pierdan ellos un día de playa de los pocos que pueden disfrutar al año. Tampoco soy amigo del sol sobre mi cabeza. Descubro, a un lado, una piedra que aprovecha la sombra de un matorral para conservarse fresca y allí me siento a ver la vida pasar mientras los demás disfrutan en el agua.