sábado, 18 de agosto de 2012

(a Emilio Sánchez)

Era un corazón que envolvía a un cuerpo.
Más grande, aún, que eso era... ¿he dicho grande?
Inmenso. Era la inocencia encarnada.
La extrema transpariencia en la mirada.
Infinita claridad. Libro abierto.
Oráculo de Dios a quien comprenda.

Hasta siempre, compañero.
Fuiste de esas personas que, por sólo compartir con ellas un breve instante, hacen que todo este camino terrenal valga la pena.

No sé si alguna vez pude enseñarte algo... Jamás te dije, tampoco, lo mucho que aprendí de ti.

Hasta siempre, compañero.
Volveremos a encontrarnos y otra vez nos sentaremos juntos a esperar, al lado de la carretera.

Hasta siempre, compañero.
Hasta siempre

José L. Dasilva N.
Caracas, agosto 18 de 2012