miércoles, 1 de diciembre de 2010

Basta rimar cuatro versos, con una ortografía y una gramática que demuestran -ambas- un profundo desconocimiento de lenguaje y, lo que es peor, un desinterés total por su estudio, para ser llamado poeta; especialmente, si tales versos exaltan la figura del presidente o enaltecen la revolución, aunque el autor no crea ni en esta ni en aquél.
Vivimos rodeados de aduladores y, lo peor, es que los más grandes -de los aduladores- están en cargos de poder.