«No siempre somos lo que queremos. A veces somos,
tan sólo, lo que podemos ser; lo que nos dejan; lo que la vida tiene a
bien moldear con este barro del que estamos hechos. Y mientras más
pronunciada sea la diferencia entre lo uno y lo otro, entre el "ser" y
el "querer ser", más profundos serán, a su vez, nuestros
conflictos internos y más negros los fantasmas que nos toman por
residencia».
Aquella
voz sonó en mis oidos como el último intento por hacerse oir de un
eco cansado, lastimado de tanto ir y venir rebotando entre neuronas. Tan absorto
como estaba en mis pensamientos no sabría decir en qué momento
aquel anciano -más parecido a una sombra que a un hombre- ocupó el
lugar vacío a mi lado en aquel banco del muelle ni cuanto hacía
que estaba allí. Cuando llegué aún el sol trabajaba en su último
lienzo: el retrato de un día que termina.
Nos
miramos a un tiempo. Ante mi sobresalto simplemente se encogió de hombros
y devolvió su vista al mar como intentando hipnotizar a las estrellas. Se
confundió por un momento entre los colores de aquel punto en el infinito
que tan fijamente miraba y regresó de repente para agregar:
«Ya ves, buen amigo. No siempre triunfa el que más
se esfuerza ni siempre el que más sufre es quien más llora. Yo ya
no lloro aunque sufra. Las lágrimas nublan la vista: te impiden ver el
camino; y, con dolor o sin él, es preciso ver claramente para poder
avanzar. De todos modos, ahora, ¿de qué me sirve llorar?. Hoy que mi
tiempo se ha ido, sólo me queda el recuerdo de aquellas sendas que anduve
y la nostalgia, que no el lamento, por las que hubiera querido andar.»
Hablaba
despacio pero sin medir o pensar sus palabras, como leyendo algún
discurso previamente meditado y escrito en los folios del alma.
Hablaba
lentamente, con la calma de quien tiene tiempo de sobra; y, no sé, tal
vez realmente tenía tiempo de sobra o ya el tiempo le era tan poca cosa
que le sobraba. Tal vez, simplemente, no le importaba demasiado no poder llegar
a decirlo todo y, si hablaba, era justamente para distraer el paso de las horas.
Tal vez ni siquiera importaba que alguien le escuchara o no. En realidad hablaba
consigo mismo.
Sus
ojos permanecían inmóviles mientras hablaba. Miraba al frente como
si su vista estuviese encadenada a algún punto del horizonte.
-
De aquel lugar -me dijo y alzó su brazo entero para señalar
un punto imaginario sobre aquella linea ya, de por sí, imaginaria-
de aquel lugar ¿puedes verlo?
más allá del azul cielo,
más
allá del verde mar.
De aquel lugar donde el viento
se retira a
descansar.
De aquel lugar salí un día
hacia un mundo que no podría
más que en sueños ser verdad.
y, mientras esto decía, por sus ojos desfilaban un sinfín de
imágenes perdidas en la distancia. Remotas imágenes de prados
verdes entre montañas; de caminos de tierra entre grandes arboledas; de
noches oscuras y frías pero también, de noches de luna llena casi
tan claras como cualquier día; de largas jornadas de sol e interminables
días de lluvia.
Resumía
en su interior muchas historias, como si hubiese aprehendido para si mismo todas
las historias vistas, oidas o adivinadas, pero sólo una era su propia
historia. La historia del que llora es la historia de todos los que lloran. Cada
una con sus propios matices pero, al fin, la misma historia.
«¿Llorar?
¿para qué? tal vez te limpie los ojos, pero no te limpia el alma ni
la alivia del peso de su lastre. El lamento por lo perdido es tan sólo
una forma de darnos tiempo mientras buscamos la mejor manera de superar la pérdida;
y al final, habremos perdido no sólo lo perdido sino también el
tiempo consumido en lamentarlo. La tristeza, por otra parte, no es más
que una excusa con la cual hacemos a un lado la realidad en tanto no encontramos
el modo de enfrentarla. ¡Qué parecida es la tristeza a la locura!. ¿Por
qué lamentarse?. ¿Por qué la tristeza?. ¿Por que
llorar?. Al fin y al cabo, no eres sino lo que eres y no estás sino donde
estás. Al 'querer ser' y al 'querer estar' dedicas tu vida entera pero es
en el 'ser' y en el 'estar' que padeces, donde verdaderamente se te va la vida.
Se te escapa el tiempo...» - nuevamente se perdió entre las
tranquilas aguas de aquel mar y regresó de pronto para exclamar tras un
suspiro - «¡y la vida se te va!».
Dejó el pan en el trigal.
Dejó el vino en
el viñedo.
Se sobrepuso a su miedo
y se enfrentó al
temporal.
Camino de "algún lugar" se fue buscando
futuro
«Ilusión vana el futuro
Viajero que nunca llega
Promesa que no se cumple.
Ilusión vana el futuro
Promesa de un
pasado que se fue
Esperanza de un presente que no espera...
La
esperanza se disuelve...
Y el futuro nunca llega.»
sin más equipaje que sus sueños, se fue
buscando futuro.
Pero fue a buscar futuro
- he ahí el error
cometido -
por senderos de pasado
con el recuerdo a su lado
más que del tiempo ganado
de aquel minuto perdido
encadenado a la sombra
de algún tiempo no vivido
y la sombra es sólo sombra
una imagen aparente
un engaño de la luz.
«Fui
un hombre solo, o creí serlo, entre una multitud de hombres solos y cuando creí tenerlo
todo, dejé el todo que tenía por buscar aquello que había
dejado atrás... en el tiempo... en la distancia... porque un sólo
cuerpo es poco contenedor para semejante carga; porque nada es nunca todo ¡siempre
hay algo que te falta!.
«Amé
la compañía y busqué la soledad como aventura... o ¿fue
al revés... que amé la soledad y busqué los placeres de la
compañía? ¡Ya ni sé!. Recuerdo, sin embargo, que no
siempre estuve solo. Recuerdo, incluso, que hasta tuve algún amigo...
pero la memoria del hombre es frágil, se nutre de la presencia y en la
ausencia se descarga: la enmohece el olvido... no siempre quien te acompaña
es quien camina contigo.
«No
supe hacer del esfuerzo un instrumento productivo.
(Tal vez me dejé llevar por la apatía.
Tal vez abrí la puerta a la desidia
y la desidia me tomó por residencia.
Tal vez pude hacer más, no sé
tal vez no supe cómo
..................y el abandono
se hizo cargo de mi voluntad.)
Tal vez me deshice en sueños
- tal vez soñé
en demasía -
y el soñar fue mi castigo.
Tal vez como
Segismundo
entre tiempos fui añadiendo
las mieles de lo soñado
al agua de lo vivido.
Tras una pausa, repitió como pensando en voz alta:
-Un Segismundo entre tiempos
que
mezcló en el mismo pozo
las mieles de lo soñado y el agua de lo
vivido.-
Para agregar, de seguido
Quijotesco en ocasiones,
aferrado a
mi locura,
terminé siendo un esclavo de mi mismo.
Hoja seca
ante un tornado de ilusiones
Fuí mi más fiel compañía
y mi peor enemigo.»
¡Quijotesco!
Pobre hombre aquel nombrado Don Quijote.
Él
no fue más que un esclavo de su sueño
y su sueño
llevole a la locura
que, entre ambos, es el salto bien pequeño... |
Me
habló de sus grandes sueños; de su busqueda incesante: un porqué
para la vida «(...)porque debe haberlo, de otro modo, ¿Qué
nos hace diferentes, en esencia, del árbol a cuya sombra dormimos una
tarde de verano? ¿Qué nos hace diferentes si al final, como el leño
aquel que ardió en la hoguera, tan sólo somos ceniza al viento? ¿Dónde
queda la conciencia? ¿A dónde va el pensamiento? ¿Qué
nos da la condición de humanos? ¿No es absurdo el pensamiento si al
final no somos más que el plato fuerte para un festín de gusanos? ¿Vivir
para morir? ¿Morir para tener vida? ¿Nacer? ¿para qué?
«En
la contraportada del cuaderno de notas en que escribía un poeta desconocido que conocí,
recuerdo haber leido algo más o menos así:
"...ahora me parece que la muerte es la única
razón de la vida. Todos nacemos para morir y este corto espacio de tiempo
que transcurre entre el nacimiento y la muerte es la única oportunidad
que tenemos de preparar nuestra llegada a donde quiera que debamos ir. Del mismo
modo en que nosotros subimos a un avión para desplazarnos a un lugar
lejano, la energía aborda el cuerpo humano -material- para viajar. ¿El
destino? ¡Quién sabe! Tal vez un estado diferente de energía
dentro del mismo universo."
«Bien.
No sé hasta que punto eso sea cierto ni tampoco estoy seguro de poder
afirmarlo o negarlo con total convicción; ¿habrá quien pueda? Lo cierto es que el significado
de la vida va más allá del vivir biológico que le atribuye
la ciencia. Dime, ¿desaparece acaso la energía eléctrica
cuando tú apagas la luz? ¿Si destruyes los generadores de energía
eléctrica, el agua que utilizamos para producirla, desaparece del río?.
La ciencia explica los hechos más complejos pero pasa por alto las
observaciones más simples, obvia lo trivial y, lo trivial, no por
conocido deja de estar ahí, como nosotros, en el mundo real.»
Hablaba sin descanso. Lentamente, pero sin descanso. Divagaba de tal manera que hubiera sido imposible mantener una conversación coherente. Pasaba de un tema a otro como intentando salir de un laberinto; aprovechando cada cruce que encontraba en su pensamiento para desviar el camino sin haberlo completado
- «para no perder la idea...»
y después nunca volvía.
Yo escuchaba a ratos y a ratos me perdía en mi propio
laberinto mental. Mi propia madeja de sentimientos, digamos, no menos extensa
que la de él pero eso sí, más confusa y desordenada. Él
se daba cuenta de algún modo y entonces cambiaba el tono de su voz; se
hacía más estridente, como si de repente escupiera una palabra que
se negaba a salir y cuando notaba haber recuperado mi antención volvía
a su tono suave, casi inaudible. ¡Justo lo que yo necesitaba!. De los tres
bancos que había, dos estaban vacíos y ¡tuvo que escoger
aquel precisamente para sentarse!.
Me acerqué a aquel rincón del muelle, esa tarde, buscando la
soledad; escapando del bullicio de coches y personas que pasean a diario las calles de
la ciudad -como si al escapar del mundo que te rodea pudieras escapar de tí
mismo-. El viento frío del norte aleja a la gente de las orillas del mar.
Ni las parejas de enamorados que buscan la escasa luz y perspectiva escaleras
abajo para tener un poco de intimidad, a falta de un mejor lugar, se acercan allí
en tiempos como este. Fuí buscando soledad más allá de la
soledad -tal vez con la idea de sumergirme en la soledad- y me encontré
la compañía de un sinfín de soledades ajenas... o no tan
ajenas... ¡que parecidas a las mías eran aquellas divagaciones! ¡que
familiar me resultaba aquel cúmulo de pensamientos! ¡Con que
facilidad penetraba aquel extraño en mi interior y extraía, de mis
propias angustias, un tema para seguir hablando y alejarme de -ya no se cuales
eran, realmente- mis intenciones!.
Su discurso, me di cuenta al fín, no me era desconocido. No era su
propio discurso. ¡Era el mío!. El no hacía otra cosa que
leerlo, ordenarlo y devolvérmelo reescrito de una forma algo más
coherente, más comprensible, podríase decir. La soledad no quiere
soledad.
«Ya ves, buen amigo. No siempre triunfa el que más se
esfuerza ni siempre llora el que sufre más.»
¡Silencio!.
Todo se quedó en silencio.
Silencio de soledad y abandono.
Silencio de flores marchitas que gritan "a veces me acuerdo de ti".
Silencio de tierra, silencio de piedra, silencio de mármol.
Silencio
de frío más allá del invierno.
¡Silencio!.
Ni una palabra más.
Miré alrededor: ¡total soledad!.
|
¿Fue un sueño acaso?. La sensación de
realidad era demasiado fuerte como para haber soñado.
Al cabo de un
instante que dediqué a comprender -o intentarlo más bien- sólo
pude exclamar "¡que estés en la Gloria y descanses en paz!".
Después, en silencio, con mi tiempo a cuestas, con el ya vivido y
caminando al frente hacia el que vendrá, me alejé de la costa,
tierra adentro; me fuí del lugar.
Hay entre tiempos un tiempo
que a menudo despreciamos.
Por enfocar los extremos
los medios desperdiciamos.
Hay entre sueños un sueño
que casi siempre olvidamos...
(porque en lugar de vivirlo
intentamos recordarlo) |
Yo no soy el mejor de los hombres y, de cierto, no puedo asegurar si soy o
no el más malo. Digamos que soy uno
más entre tantos. A menudo caigo en contradicciones tan extrañas
como profundas -eso no es pecado-. De todos modos, quien crea poder afirmar que
nunca se contradice -lo cual tampoco es pecado-, posiblemente sea porque
desconoce o no es totalmente consciente de la realidad de su ser interno -y eso
es menos pecado aún-. La contradicción es, a veces, la mejor demostración de que pensamos. Me cuestiono continuamente. Vivo en un permanente
conflicto conmigo mismo. Tal vez por eso no sé lo que es vivir en paz con
mi propio pensamiento. Intento encontrar mi lugar bajo el sol y llevar a cabo la
función -es mi busqueda incesante- que me corresponde como parte
de ese sistema universal al que pertenezco, sin interferir con nadie y
procurando, más bien, en la medida de lo posible, ayudar a quien lo
necesite a encontrar su propio lugar y ejecutar su propia función; porque
todos somos miembros de un mismo cuerpo. Brazos, piernas, ojos, oidos ... También
el brazo izquierdo ayuda al derecho, uniendo fuerzas, para alzar un peso cuando
un sólo brazo no puede hacerlo...
... Al final, ¿qué otra cosa puede hacer
quien no sabe sino ser
y, aún en ello,
no es más que un pobre aficionado?
José L. Dasilva N./1998
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